viernes, 5 de noviembre de 2010

Tarea de filosofía a entregar el lunes 8: Azucena Magaña, Andrea Ramos y Samantha Zarazúa.

Instrucciones: lee el siguiente cuento y haz un resumen de 1/2 cuartilla en tu libreta e incluye una moraleja

Narra un antiguo cuento que un hombre desdichado y agobiado por el fracaso en cada empresa que se proponía decidió suicidarse para poner fin a todo su desfortunio. Como tenía un ego muy grande, pensó en algún paraje alejado de toda ciudad o pueblo para evitar que sus restos fueran encontrados y así que la gente no lo juzgara duramente por su acto. Además, él no quería dejar huella de su vida para ningún ser humano, pero tampoco para que otros animales o insectos devoraran su cadáver; su ego jamás lo permitiría.

Así pues el trastornado solitario decidió terminar sus días en la parte más alta de una famosa montaña y en la cual en el mismo verano la nieve reinaba con fuerza. Sus últimos ahorros los gastó en ropa y equipo adecuado para escalar la grandiosa cumbre, que por cierto, ninguna persona había escalado hasta el punto más alto, debido al enorme riesgo que ello representaba. Se sabía que importantes alpinistas habían muerto por caídas estrepitosas o también por las bajas temperaturas y vientos gélidos. Pero este hombre no quería ser hallado nunca y comenzó la peligrosa travesía.

Le llevó tres días subir la mitad de la montaña y estuvo a punto de quedarse varado. Sus pies no le respondían, su cuerpo era una masa helada. Su corazón era lo único que lo mantenía caliente por dentro. Pasó una terrible noche en una de las cabañas de descanso destinada a los alpinistas que también perseguían el ambicioso sueño de conquistar la elevada cima. Luego de dormir ahí, siguió su camino.

Tres días después, el apesumbrado sujeto llegó a la parte jamás conocida por ser humano o ser vivo alguno. Lo había logrado. Desde ahí notó maravillado que las altas nubes que las personas como él veían desde su ciudad estaban ahora bajo sus ojos. El cielo azul no tenía otro esbozo blanquecino que contemplar. Realmente estaba solo.

El hombre empezó a sentir que le faltaba más el aire debido a la altitud, pero una sensación de paz y espiritualidad le hizo llorar como nunca antes lo había hecho. Sus lágrimas cayeron de sus ojos y antes de cristalizarse debido al violento viento frío, unas pocas de ellas mojaron la negruzca e infértil tierra de la gran montaña. El hombre se dejó caer y sabía que moriría durante esa noche. El Sol se había puesto y la noche sería implacable. Cerró los ojos sabiendo que jamás volvería a abrirlos. Su ego no pronunció un solo pensamiento. Y cuando el viento culminó su presencia, sólo el silencio nocturno lo envolvió.

La luz matutina, sin embargo, despertó los ojos del pobre individuo quien se sorprendió de seguir aún con vida. Pero la mayor sorpresa fue que a su lado, había aparecido una extraña y hermosa flor, única en su tipo. Fue tanto el asombró del hombre al ver que no estaba solo, que, mirando hacia la luz del Sol, dio gracias a DIOS. La borrascosa y oscura depresión que lo invadía y orillaba hacia el suicidio se esfumaba al ver que frente a él había nacido una flor en medio de la noche más fría, en donde no había ya esperanza por vivir.

El hombre contempló por una vez más el grandioso paisaje que lo rodeaba y, con sumo cuidado, tomó a su delicada compañera sin arrancarla de raíz para que no muriera y regresó a su ciudad. En el pueblo ya se habían corrido rumores de cualquier tipo, todos negativos: que el tipo era un fracasado como estudiante universitario, que siempre era un empleado mediocre, que nunca hacía nada productivo y que ninguna mujer había querido casarse con él debido a su forma de ser. La gente creía que el hombre se había marchado a otra ciudad para probar nueva fortuna y ni sus “amigos” se preocupaban por saber dónde estaba realmente.

Pero al llegar a la plaza principal, la gente, aunque lo notaba vestido con ropa de montañista, la barba algo crecida y el cabello desaliñado, sabía que era él. Muchos se acercaron a averiguar que había sucedido y él narró su historia. Pero pocos le creían realmente hasta que le pidieron alguna prueba, alguna fotografía que hablara de tal osadía jamás hecha por ningún humano. Él sólo les mostró a su delicada compañera, la flor y, como era de esperarse muchos se asombraron profundamente al ver por vez primera aquél ser con forma y colores inigualables.

Sobra decir que en los siguientes días, meses y años, el sujeto se volvió una persona digna de respeto, creando una escuela de superación personal y muchas personas intentaron seguir su ejemplo sin lograrlo. La parte más alta de la gran montaña se convirtió en la meta más importante para muchos alpinistas, que, si no perdían la vida, si renunciaban a hacer lo que parecía una hazaña imposible. Pero al fin y al cabo, el hombre que ya lo había logrado tenía como muestra aquella misteriosa flor, nacida sólo en la parte más elevada y riesgosa. Él les inculcaba a todos sus estudiantes de alpinismo que aparte de ir bien equipados y con suficiente comida para poder subir cualquier montaña, todo escalador debía tener la fuerza, voluntad y fe de cumplir su cometido a como diera lugar, sin claudicar y dar la vuelta atrás. Y principalmente, que al lograrlo, tuvieran en su mente, despertar junto a una flor. Sus consejos esenciales se resumían así: “Varias ocasiones fue vencido por la helada, muchas veces caí en la estripitosa nieve. Pero esas derrotas etéreas no me detenían en mi afán de llegar a la cúspide de aquél lugar y morir ahí. Finalmente, esa flor que nació de aquella noche que lloré, me salvó. Es la flor de mi alma”

No hay comentarios:

Publicar un comentario