lunes, 13 de abril de 2015

Tarea extra Historia II - entrega miércoles 15

Indicaciones: en hojas recicladas o blancas por ambos lados, escribir el siguiente texto y entregarlo el miércoles 15.

Villalpando, José Manuel.
Muertes históricas. Planeta, México, 2008.
Pags.21-29.

José María Morelos y Pavón 
Lo mataron como escarmiento.

Era tanto el miedo y el odio que le tenían, que el virrey Calleja dispuso que fuera fusilado en un paraje público, para que su muerte sirviera como "útil escarmiento" a los demás insurgentes, para que provocara un "pavor saludable" en todos aquellos que peleaban por la independencia. Había que acabar con él y Calleja, para quien la ejecución de José María Morelos y Pavón se convirtió en un asunto prioritario y personal, cuando tuvo la oportunidad de tenerlo en sus manos, lo enjuició, lo humilló y le quitó la vida. Nunca le perdonó la derrota que le infringió en Cuautla, ni tampoco que el talento natural de Morelos lo llevara a transformarse en un auténtico genio de la guerra, reconocido hasta por uno de los más grandes estrategas de la historia de la humanidad, Napoleón Bonaparte. Por eso, por la envidia que despertaba en muchos, pero especialmente en el virrey, desde el día que lo hicieron prisionero, Morelos estaba ya condenado a muerte. 
Sin embargo, muy a pesar de las notables cualidades que el "siervo de la nación" tenía, a pesar de sus grandes virtudes como militar y como estadista, lo que perdió a Morelos fueron sus pasiones y sus defectos, que fueron aprovechados por sus enemigos para tenderle la trampa mortal que les permitió atraparlo. En efecto, tremendamente humano, Morelos era un hombre capaz de generar los más altos y visionarios conceptos políticos, era capaz de sembrar en la imaginación y en los "anhelos de sus contemporáneos la esperanza de una patria más justa, era capaz de concebir los más atrevidos planes para una campaña militar exitosa, era capaz de elegir de entre los mejores a sus subordinados, la pléyade de insurgentes que él reclutó y que lo ayudaron a combatir con éxito a los realistas. Era capaz también de subordinar sus pocas ambiciones y su orgullo de caudillo a los mandatos del Congreso que él mismo había creado y a quien juró obediencia. De todo esto era capaz José María Morelos y Pavón, pero al mismo tiempo, era capaz de perderlo todo cuando estaba de por medio una mujer, pues en ese momento abandonaba su carácter de generalísimo de la insurgencia, de estadista, de "siervo de la nación" y hasta de sacerdote, con tal de conseguir los favores y caricias de aquella con la que se había encaprichado. 
¿Cuántas fueron las mujeres de las que Morelos se apasionó? Nadie podría decirlo pero baste con recordar a cuatro de ellas: a Brígida Almonte, con quien tuvo dos hijos antes de que se lanzara a la guerra de independencia; a Manuela de Aponte, a Juana Rodríguez y otra más, Francisca Ortiz, llamada "la orquídea del sur", quien en Oaxaca le dio un hijo cuando ya Morelos era el generalísimo. Esta mujer fue la causa de su desgracia. Morelos se había enamorado perdidamente de ella. La miraba, la chuleaba, le hacía piropos e insinuaciones, pero ella se resistía y no menguaba ante las pretensiones del caudillo de la insurgencia. Las negativas encendían más los ardientes deseos de Morelos, quien acicateado por los desaires perseveraba cada vez con mayor terquedad; sin embargo, ella resistía los embates con la dignidad y la discreción que caracterizaba a una mujer casada, respetuosa de su marido y de la honra conyugal. 
El esposo de Francisca era un oficial subordinado de Morelos, el teniente Matías Carranco, quien ignorante de las andanzas y extravíos de su jefe, combatía a su lado sin sospechar siquiera que Morelos lo veía como un obstáculo que se oponía a sus deseos. Recordó entonces el cura la bíblica historia del rey David, cuando en una circunstancia similar, prendado de Betsabé, la bella mujer de uno de sus generales y ante el rechazo de ella por fidelidad a su marido, David resolvió enviar a un rudo combate a Urías para que muriera, lo cual sucedió y pudo así, de esta manera ruin, gozar a la mujer que le había quitado el sueño y la decencia. Decidió Morelos seguir el ejemplo de David y mandó a Carranco a una expedición ciertamente peligrosa, de la que difícilmente volvería con vida, pero no esperó a que llegaran las noticias que confirmarían la muerte del teniente, sino que se apresuró a seducir a Francisca con el pretexto de que ya era viuda y de que solo él podía consolarla. La débil mujer, que seguramente no era muy firme en su lealtad marital, accedió a los deseos de Morelos y se convirtió en su concubina, en su moderna Betsabé
Pasaron bastantes meses. Francisca había dado a luz un hijo a Morelos cuando, sorpresivamente, regresó Matías Carranco, que había logrado sobrevivir y aún escapar de los realistas. Al llegar y al descubrir la infidelidad de su esposa se contuvo. Enterado de lo acontecido, prefirió perdonar a la mujer a la que amaba tan entrañablemente y retirarse de la insurgencia, llevándosela consigo a ella y al niño de casi un año de edad. Ella, arrepentida, le pidió perdón y Carranco, que la quería por sobre todas las cosas, no sólo disculpó su traición sino que reconoció como suyo al hijo que era de Morelos y hasta le dio su nombre y apellido. 
A quien Carranco no perdonó fue a Morelos. Ofendido en su honor por el generalísimo de la insurgencia, Carranco ofreció sus servicios a los realistas, a sus antiguos enemigos, quienes lo recibieron con el mismo grado que ostentaba. Además, aprovecharon sus servicios debido a que Carranco, al escapar del campamento insurgente, llevaba en su poder información privilegiada: la ruta que seguiría Morelos al escoltar al Congreso de Anáhuac. Incorporado a las tropas al mando del coronel Manuel de la Concha, que perseguían a Morelos, Carranco fue destinado a la vanguardia que conducía el capitán Manuel Gómez Pedraza, con órdenes específicas de sorprender a las tropas insurgentes y trabar combate con ellas hasta capturar a Morelos, para lo cual Carranco las conduciría hasta el lugar exacto por donde pasaría el "siervo de la nación". 
Así sucedió. Morelos y sus hombres fueron sorprendidos por la emboscada realista. Su espíritu de sacrificio y su convicción de que el Congreso era verdaderamente representante de la nación, lo hicieron sacrificar su vida para protegerlo. Ordenó a su segundo al mando, el general Nicolás Bravo, que salvara a los diputados y los sacara de allí, mientras él intentaría resistir a los realistas para cubrirle a Bravo la retirada. El Congreso se salvó pero Morelos se vio pronto rodeado por sus enemigos. El fuego se suspendió cuando Gómez Pedraza se dio cuenta que solamente quedaban vivos Morelos y algunos cuantos más insurgentes. De inmediato, envió a reconocer al caudillo a Matías Carranco, quien se acercó a él. Morelos lo reconoció: "Parece que nos conocernos, señor Carranco", le dijo. Sin decir una palabra, Carranco lo ató de las manos y lo llevó, junto con Gómez Pedraza, ante el coronel de la Concha. 
Nuevamente la similitud con la sagrada escritura hizo que la imaginación de los historiadores oficiales vieran en la conducta de Carranco a un nuevo Judas que, traicionando al Señor, lo entregaba a sus enemigos. La ceremonia de la traición era representada esta vez en un poblado llamado Temalaca (hoy Temalac, en el estado de Guerrero), el 5 de noviembre de 1815. Sin embargo, a diferencia de Judas que entregó a Cristo por treinta monedas, Carranco lo hizo para vengar su honor de esposo agraviado.

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