miércoles, 9 de marzo de 2011

Tarea de filosofía - alumno Miguel A. Uribe.

Indicaciones: anotar hojas recicladas el siguiente texto.

Gottfried Wilhem Leibniz nació en Leipzig el 1 de julio de 1646 y falleció en Hannover el 14 de noviembre de 1716. Se formó en la Nicholaischule de Leipzig desde los 7 a los 15 años, pero sobre todo fue autodidacta, gracias a la importante biblioteca de su padre, fallecido cuando él tenía 6 años. A los 12 años había leído por su propia cuenta a Platón, Aristóteles y los clásicos latinos. A los 13 se inició en los escolásticos (Tomás de Aquino, Fonseca, Suárez, Zabarella …) y a los 14 años empezó a leer a los "modernos" (Bacon, Kepler, Galileo, Descartes, Campanella …). De esa época autodidacta proviene su afición a la Lógica y la Combinatoria, como mostró en su primer libro, la Dissertatio de Arte Combinatoria, publicado en 1666, cuando tenía 20 años. Dicho interés se mantuvo a lo largo de toda su vida, siendo una de sus grandes aportaciones científicas. Leibniz es considerado unánimemente como el gran precursor de la Lógica Formal y Matemática contemporánea, como afirmaron Bertrand Russell y Louis Couturat a principios del siglo XX. Su interés por la Combinatoria le llevó a interesarse en la Computación, inventando el sistema binario (o digital), diversos algoritmos y una máquina de calcular, la segunda de la historia, tras la de Pascal. La de Leibniz realizaba las cuatro operaciones aritméticas y fue presentada en la Royal Society de Londres en 1673 y poco después en la Académie des Sciences de Paris. Fueron sus primeras invenciones técnicas, a las que siguieron otras muchas a lo largo de su vida (máquinas de viento y de agua para extraer plata de las minas del Harz, en las que trabajó varios años como Director de la explotación, nuevos sistemas de clasificación bibliotecaria, relojes, barómetros, etc.).

Estudió Derecho y Filosofía en las Universidades de Leipzig y de Altdorf, donde le fue ofrecida una Cátedra Universitaria cuando tenía 21 años. La rechazó, dedicándose a viajar por diversas ciudades alemanas, en algunas de las cuales ejerció el cargo de juez, al ser Dr. en Derecho. En 1668 se convirtió en asesor del Príncipe de Maguncia, con quien se trasladó a París para una misión diplomática con el Rey Luis XIV, su célebre Consilium Aegyptiacum, que fue puesto en práctica por Napoleón siglo y medio después al conquistar Egipto. Leibniz vivió en Paris entre 1672 y 1676, viajando dos veces a Inglaterra y entrando en contacto con los mejores científicos de la época. En esta época se convirtió en uno de los mejores matemáticos del momento, descubriendo el Cálculo Diferencial e Integral de manera independiente de Newton, con cuyos discípulos sostuvo treinta años después una agria polémica sobre la prioridad en dicho descubrimiento. También fue el precursor de la Teoría de Determinantes (gracias a sus ideas sobre la Combinatoria), de la Topología (con su proyecto de un Analysis Situs) e hizo aportaciones al Algebra, la Teoría de Números, el Análisis Matemático y el Cálculo de Probabilidades. Hizo contribuciones importantes a la Física (invención de la Dinámica, noción de fuerza viva, etc.), a la Química (divulgando el descubrimiento del fósforo), a la Geología (escribió la Protogaea, teoría sobre el origen del globo terrestre y los pliegues geológicos), a la Biología (fue defensor del premorfismo, ulteriormente teorizado por Buffon) y a lo que hoy en día denominamos Ciencias Sociales. Todo ello durante su época parisina y su ulterior estancia en Hannover como Bibliotecario y Consejero de los Duque de Braunschweig-Lüneburg, ciudad en donde vivió desde 1676 hasta su muerte, tras haber conseguido que fuera reconocida como Principado.

Durante sus cuarenta años en Hannover, Leibniz, que ya era un científico del máximo nivel, se convirtió en un filósofo y teólogo de primer orden, sin perjuicio de su importante tarea como diplomático al servicio de las cortes de Hannover y Berlín y del Imperio Austríaco. Hizo importantes gestiones en torno a la unidad de las Iglesias (colaborando con el Vaticano, que intentó contratarle como Bibliotecario y Asesor), creó una importantísima red de corresponsales (más de 1000 personas de alto nivel), perteneció a las Sociedades Científicas más importantes (Londres, París, Roma, Viena, etc.) y creó nuevas Sociedades Científicas, como la actual Academia de Ciencias de Berlín, de la que fue el primer Presidente. Como ingeniero y hombre de empresa, dirigió varias de las explotaciones del Ducado de Hannover y el Principado de Brandenburgo, siendo un importante precursor en el ámbito de las Ciencias Sociales (Seguros, Administración, Documentación, Biblioteconomía, etc.). Dirigió la Biblioteca de Hannover y la de Brandenburgo (una de las más importantes de la época), asesoró al Zar de Rusia y a otros Príncipes europeos, creó Revistas científicas (las Acta Eruditorum de Leipzig), colaboró en las más importantes de su época y llegó a tener una influencia muy considerable en toda Europa como pensador, científico y diplomático. También fue historiador de la Casa de Hannover, filólogo y uno de los precursores de la Semiología, con su magno proyecto de la Characteristica Universalis. Fue uno de los primeros intelectuales europeos que se interesó en la cultura china (a través de sus correspondencia con los misioneros jesuitas), así como en otras culturas, incluida la española, interviniendo a favor de los derechos de la Casa de Austria en la Corona española en la Guerra de Sucesión. Supo ver en los caracteres Fo-Chi otra expresión de su sistema binario de numeración, actualmente básico para la informática. La enumeración anterior no agota las aportaciones de Leibniz a la ciencia y la técnica. Cabe afirmar que fue un personaje excepcional, que supo innovar en prácticamente todas las áreas de conocimiento que tocó. No en vano cultivó el Ars Inveniendi, llegando a formular reglas metodológicas para el mismo, que siguen teniendo validez en la actualidad.

Estas grandes personalidades pueden ser estudiadas desde una perspectiva histórica, situándolas en el contexto de su época, pero la pretensión de este Congreso es muy distinta. Muchos de sus contemporáneos, los más prestigiosos, tienen una relevancia histórica, pero sus ideas aportan poco a la sociedad contemporánea. Las propuestas de Leibniz, en cambio, han sobrepasado las barreras temporales y siguen siendo una importante fuente de inspiración para la ciencia y la tecnología contemporáneas. Así ocurre con sus teorías sobre la combinatoria y la computación, que le convierten en el gran precedente de la informática actual. Otro tanto sucede con algunas de sus aportaciones físicas (hay varias tesis doctorales que lo consideran como un precursor de la teoría de la relatividad), biológicas (la actual genética puede ser leída en clave leibniziana), la ingeniería (energía eólica), la teoría de los signos, la documentación y lo que hoy en día se denomina ingeniería social, o teoría de las organizaciones. Leibniz tuvo clara la importancia de las comunidades y las instituciones científicas y fue uno de los pioneros en lo que hoy en día denominamos política científica y tecnológica, aplicada a la mejora de las condiciones de la vida social. Fue un pensador universalista, gran defensor de la idea de Europa, de cuya unificación fue uno de los precursores, tanto a nivel teórico como práctico. Por todo ello, cabe afirmar que Leibniz es uno de los pocos grandes pensadores clásicos que seguirán siendo una guía durante el siglo XXI, como lo fue durante el siglo XVIII, época en la que su pensamiento influyó poderosamente, y posteriormente en el pasado siglo XX, cuando muchas de sus propuestas fueron retomadas por las disciplinas científicas y tecnológicas más diversas. Este Congreso se propone estudiar la obra de Leibniz desde una perspectiva contemporánea, conectándola a lo que, para él, fue siempre el principal objetivo del progreso en el conocimiento científico y técnico: su contribución al bien común, entendiendo por tal el bien de la humanidad, pero también el de las comunidades y países concretos en los que desarrolló sus iniciativas.


La doctrina de las mónadas.
Según Wilhelm Leibniz, la diferencia más grande entre el átomo y la mónada es la siguiente: el átomo es material, y realiza solamente acciones materiales; la mónada es inmaterial y, dado que representa a otras mónadas, funciona de manera inmaterial. Consecuentemente, las mónadas, de las que están constituidos todos los seres, y que son en realidad la única substancia existente, son más como almas que como cuerpos. De hecho Leibniz no duda en llamarlas almas y en llegar a la conclusión obvia que toda la naturaleza está animada (panpsiquismo).

La inmaterialidad de la mónada consiste en su fuerza de representación. Cada mónada es un microcosmos, o universo en miniatura. Es mas bien como un espejo del universo entero porque está en relación con todas las otras mónadas y, así las refleja a todas ellas de tal modo que un ojo omnividente que vea una mónada puede ver reflejado en ella al resto de la creación. Claro que esta representación es diferente en diferentes clases de mónadas. La mónada increada, Dios, refleja todas las cosas clara y adecuadamente. La mónada creada que es el alma humana- la "mónada reina"- representa conscientemente pero con claridad imperfecta. Y según descendemos en la escala desde el hombre hasta la substancia mineral inferior, disminuye la región de representación clara y se incrementa la región de representación obscura. La extensión de la representación clara está en relación con su inmaterialidad. Cada mónada, excepto la mónada increada, es por tanto parcialmente material y parcialmente inmaterial. El elemento material de la mónada corresponde a la pasividad de la materia prima, y el elemento inmaterial a la actividad de la forma substantialis . De ese modo, pensaba Leibniz, la doctrina escolástica de la materia y la forma se reconciliaba con la ciencia moderna. Al mismo tiempo, imaginaba él, la doctrina de las mónadas encarna lo que hay de verdadero en el atomismo de Demócrito, sin excluir lo que hay de verdadero en el inmaterialismo de Platón.

Así pues, el universo, está hecho de una infinidad de mónadas indivisibles que suben en una escala de inmaterialidad ascendente desde la más ínfima partícula de polvo mineral hasta el más alto intelecto creado. La mónada más imperfecta tiene únicamente un mínimo brillo de inmaterialidad, y la más perfecta contiene aún un resto de materialidad. De este modo la doctrina de las mónadas trata de conciliar el materialismo y el idealismo enseñando que todo lo creado es parte material y parte inmaterial. La materia no está separada del espíritu por una diferencia tan abrupta como la que Descartes imaginó que existía entre el alma y el cuerpo. El mineral, que atrae y es atraído, tiene una fuerza de percepción incipiente o incoada. La planta, que se adapta a si misma de tantas maneras al ambiente, en cierto sentido está atenta a lo que la rodea, aunque no es consciente de ello. El animal se levanta en pasos imperceptibles sobre la mentalidad de la planta por su fuerza de sensación, y entre el animal más alto o "inteligente" y el más inferior de los salvajes no existe rompimiento violento en la continuidad del desarrollo de su poder mental. Todo esto lo sostiene Leibniz aparentemente sin pensar en la dependencia genética del hombre respecto del animal, del animal de la planta y de ésta del mineral. Él no tiene teoría alguna de ascendencia o descendencia. Se conforma con hacer notar la ausencia de rupturas en el plan de continuidad, según se presenta éste a su mente. No le interesa el problema de los orígenes, sino el problema cartesiano de su profesada antítesis entre mente y materia. El problema que todos los filósofos del siglo dieciocho se planteaban era el de cómo sortear la brecha imaginaria entre la mente que piensa y la materia extensa. Spinoza fusionó la mente y la materia en una substancia infinita; los materialistas fusionaron la mente en la materia; Hume rechazó los términos del problema al excluir mentalmente tanto la materia como la mente, dejando solamente las apariencias. Leibniz, el diplomático y pacificador, elevó la materia y rebajó la mente hasta que dieron lo que él consideró algo unísono. O, para recurrir a la forma original de hablar, él puso un puente sobre el abismo con su definición de la substancia como acción. La representación es acción. La representación es una función tanto de las así llamadas cosas materiales como de las generalmente llamadas inmateriales. La representación, elevándose desde la más rudimentaria "pequeña percepción" (petite perception) en el mineral, hasta la "apercepción" en el alma humana, constituye el vínculo de la continuidad substancial, el puente que une las dos clases de substancias, materia y mente, que Descartes había separado tan desconsideradamente. No cabe duda de que Leibniz estaba consciente de este objetivo de su filosofía. Su oposición al "cartesianismo inmoderado" queda patente en sus tratados filosóficos y en sus cátedras. Veía las conclusiones de Spinoza como el resultado natural de la descripción errónea de Descartes del concepto de substancia. Escribe: "Spinoza simplemente dijo en voz alta lo que Descartes estaba pensando sin atreverse a expresarlo". Pero aunque visualizaba una refutación al cartesianismo radical, del mismo modo deseaba, con su doctrina de las mónadas, detener la corriente de materialismo que privaba en Inglaterra y que pronto arrasó también en Francia con muchas de las ideas que él tanto defendía.

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