Indicaciones: LEE CON CALMA EL SIGUIENTE CAPÍTULO DE LA NOVELA "EL MUNDO DE SOFÍA" (GAARDER, J. EDITORIAL PATRIA/SIRUELA, MÉXICO, 2000)
Y ANOTA LO QUE CONSIDERES IMPORTANTE.
NO SE TRATA DE UN RESUMEN, SINO DE ESCRIBAS AQUELLO QUE LLAME MÁS TU ATENCIÓN. ADEMÁS, NO DEBES ANOTARLO TAL CUAL APARECE EN EL TEXTO, SINO DARLE UN ORDEN. PUEDES POR EJEMPLO, REALIZAR UN ESQUEMA, CUADRO SINÓPTICO, ETC.
LA LECTURA ES MUY AMENA Y FÁCIL DE COMPRENDER, ASÍ QUE PROCURA AGREGAR CONCEPTOS CLAVE EXPLICADOS POR EL AUTOR.
POR ÚLTIMO, NO SE CONSIDERARÁ ESTA TAREA HECHA SI ENTREGAS MENOS DE UNA HOJA Y MEDIA, POR TANTO, TOMA ESTA ACTIVIDAD CON AGRADO Y NO COMO UNA OBLIGACIÓN. APRENDE, REFLEXIONA SOBRE LAS ACTIVIDADES RECIENTES QUE HEMOS TENIDO ACERCA DE LOS 5 SENTIDOS Y DISFRUTA DE LA LECTURA...
Hume
... déjaselo a las llamas...
Alberto se quedó sentado mirando la mesa. Una vez se volvió para
mirar por la ventana.
–Se está nublando –dijo Sofía.
–Sí, hace bochorno.
–¿Vas a hablarme ahora de Berkeley?
–Él fue el siguiente de los tres empiristas británicos. Pe-ro ya que
en muchos sentidos pertenece a una categoría apar-te, nos
centraremos antes en David Hume, que vivió de 1711 a 1776. Su
filosofía ha pasado a ser la más importante entre los empiristas. Su
importancia se debe también en parte al hecho de que fue él quien
inspiró al gran filósofo Immanuel Kant.
–¿No importa que me interese más la filosofía de Berke-ley,
verdad?
–No, no importa. Hume se crió en Escocia, en las afue-ras de
Edimburgo. Su familia quería que fuera abogado, pero él mismo
dijo que sentía «una resistencia infranqueable hacia todo lo que no
era filosofía v enseñanza». Vivió en la época de la Ilustración, al
mismo tiempo que grandes pensadores fran-ceses como Voltaire y
Rousseau, y viajó mucho por Europa an-tes de establecerse de
nuevo en Edimburgo. Su obra más im-portante, Tratado acerca de
la naturaleza humana, se publicó cuando Hume tenía veintiocho
años. Pero él mismo dijo que a los quince años ya tenía la idea del
libro.
–Entonces debo darme prisa.
–Tú ya estás en marcha.
–Pero si yo fuera a hacer mi propia filosofía sería bas-tante
diferente a todo lo que he oído hasta ahora.
–¿Hay algo que hayas echado especialmente de menos?
–En primer lugar, todos los filósofos de los que he oído hablar son
hombres. Creo que los hombres viven en su propio mundo. A mí
me interesa más el mundo de verdad. El mundo de flores v
animales y niños que nacen y crecen. Esos filósofos tuyos hablan
constantemente del «ser humano» y ahora me ha-blas otra vez de
un tratado sobre la «naturaleza humana». Pero tengo la sensación
de que ese «ser humano» es un hombre de mediana edad. Al fin y
al cabo, la vida empieza con el embara-zo y el parto. Me parece
que ha habido demasiado pocos paña-les v llanto de niños hasta
ahora. Quizás también haya habido demasiado poco amor y
amistad.
–Evidentemente tienes toda la razón. Pero quizás preci-samente
Hume fuera un filósofo que pensaba de otra manera. Él, más que
ningún otro, parte del mundo cotidiano. Creo ade-más que Hume
tiene fuertes sentimientos sobre cómo los niños perciben el mundo.
–Haré un esfuerzo para escuchar
–Como empirista, Hume consideró una obligación el or-denar
todos los conceptos y pensamientos confusos que habían inventado
todos aquellos hombres. Se hablaba y se escribía con palabras muy
viejas y anticuadas, procedentes de la Edad Media. Y de los
filósofos racionalistas del siglo XVII. Hume desea volver a la
percepción inmediata del mundo de los hombres. Ningún fi-lósofo
podrá jamás llevamos detrás de las experiencias cotidia-nas o
damos reglas de conducta distintas a las que elaboremos meditando
sobre la vida cotidiana», decía él.
–Hasta aquí suena muy bien. ¿Puedes ponerme algún ejemplo?
–En la época de Hume estaba muy extendida la creencia de que
había ángeles. Al decir «ángel», nos referimos a una fi-gura de
hombre con alas. ¿Has visto alguna vez un ángel, Sofía?
–No.
–¿Pero habrás visto una figura de hombre?
–Qué pregunta más tonta.
–¿También has visto alas?
–Claro que sí, pero nunca en una persona.
–Según Hume, «ángel» es un concepto compuesto. Consta de dos
experiencias diferentes que no están unidas en la reali-dad, pero
que, de todos modos, en la imaginación del hombre han sido
conectadas. Se trata pues de una idea falsa que inme-diatamente
debe ser rechazada. De la misma manera tenemos que ordenar
nuestros pensamientos e ideas. Hume djjo. «Cuan-do tenemos un
libro en la mano, preguntémonos: ¿Contiene al-gún razonamiento
abstracto referente a tamaños y cifras? No. ¿Contiene algún
razonamiento de experiencia referente a he-chos y existencia? No.
Entonces déjaselo a las llamas, pues no contiene nada más que
pedantería y quimeras».
–Me parece muy drástico.
–Pero después queda el mundo, Sofía. Con más frescor y con
contornos más nítidos que antes. Hume quiere volver a la
percepción infantil del mundo, antes de que todos los pensamientos
y reflexiones hayan ocupado sitio en la conciencia. –¿No
acabas de decir que muchos de esos filósofos de los que has oído
hablar vivían en su propio mundo, y que a ti te intere-saba más el
mundo real?
–Algo así, sí.
–Hume podría haber dicho exactamente lo mismo. Pero sigamos su
propio razonamiento un poco más a fondo.
–Aquí estoy.
–Hume empieza por constatar que el hombre tiene dos tipos
diferentes de percepciones, que son impresiones e ideas. Con
«impresiones» quiere decir la inmediata percepción de la realidad
externa. Con «ideas» quiere decir el recuerdo de una impresión de
este tipo.
–¡Ejemplos, por favor!
–Si te quemas en una estufa caliente, recibes una “im-presión»
inmediata. Más adelante puedes pensar en aquella vez que te
quemaste. Es a esto a lo que Hume llama «idea». La diferencia es
que la «impresión» es más fuerte y más viva que el recuerdo de la
reflexión sobre el recuerdo. Podrías decir que la sensación es el
original, y que la «idea» o el recuerdo de la sensación sólo es una
pálida copia. Porque la «impresión» es la causa directa de la «idea»
que se esconde en la conciencia.
–Hasta ahora te sigo.
–Además Hume subraya que tanto una «impresión» como una
«idea» pueden ser o simples o compuestas. Te acorda-rás de que
hablamos de una manzana en relación con Locke. La experiencia
directa de una manzana es una «impresión compuesta» de ese tipo.
Asimismo también la idea de la con-ciencia de la manzana es una
«idea compuesta».
–Perdona que te interrumpa pero ¿es esto muy impor-tante?
–¿Que si es muy importante? Aunque sea verdad que los filósofos
a veces se ocupan de problemas muy artificiales, no debes rechazar
el participar en un razonamiento. Hume daría la razón a Descartes
en que es importante construir un razona-miento desde abajo.
–Me resigno.
Lo que quiere decir Hume es que algunas veces pode-mos
componer esas «ideas» sin que estén compuestas así en la realidad,
De ese modo surgen las ideas y conceptos falsos que no se
encuentran en la naturaleza. Ya hemos mencionado a los angeles.
Y hablamos en una ocasión de los «cocofantes». Otro ejemplo es el
«pegasus», es decir, un caballo con alas. En todos casos tenemos
que reconocer que la conciencia ha jugado su propio juego. Ha
cogido las alas de una impresión y el caba-llo de otra. Todos esos
conceptos han sido percibidos en al-guna ocasión y han entrado en
el teatro de la conciencia como «impresiones» auténticas. Nada ha
sido inventado por la pro-pia conciencia. La conciencia ha
utilizado tijeras y pegamento y de esa manera ha construido
«ideas» y conceptos falsos.
–Entiendo. Ahora comprendo que esto pueda ser im-portante.
–Bien. Por tanto, Hume quiere investigar cada concep-to con el fin
de averiguar si está compuesto de una manera que no encontramos
en la realidad. Él pregunta: ¿de qué impre-sión tiene este concepto?
Ante todo tiene que encontrar cuáles son las «ideas simples» de las
que consta un concepto com-puesto. Dispone, así, de un método
crítico para analizar las ideas o conceptos de los hombres. De este
modo quiere orde-nar nuestros pensamientos y conceptos.
–¿Tienes algunos ejemplos?
–En la época de Hume había mucha gente con ideas muy claras
sobre el «Cielo» o «la Nueva Jerusalén». A lo mejor recuerdas que
Descartes había señalado que «ideas claras y ní-tidas» en sí podían
ser una garantía de que correspondiesen a algo que realmente
existía.
–Como ya te he dicho antes, no suelo olvidarme de las cosas.
–Nos damos cuenta de que «Cielo» es una idea tremen-damente
compuesta. Mencionemos algunos elementos. En el Cielo hay un
«portal de perlas», hay «calles de oro», «ángeles» a montones, etc.,
etc. Pero aún no hemos descompuesto todo en sus distintos
componentes. Porque también «portal de per-las», «calles de oro»
y «ángeles» son conceptos compuestos. Cuando finalmente
podamos constatar que nuestra idea de Cielo consta de ideas
simples como «perla», «portal», «calle», «oro», «figura vestida de
blanco» y «alas», podremos pregun-tarnos si realmente hemos
tenido las correspondientes «impre-siones simples».
–Las hemos tenido. Pero mediante las tijeras y el pega- hemos
hecho de todas las «impresiones simples» una soñada.
Pues sí, así es. Porque precisamente cuando dormimos es cuando
más tijeras y pegamento usamos. Pero Hume brayó que todos esos
materiales que usamos para componer imágenes soñadas tienen
que haber entrado en la conciencia alguna vez como «impresiones
simples». El que nunca haya visto oro tampoco podrá imaginarse
una calle de oro.
–Era bastante listo. ¿Qué pasa con Descartes que tenía una idea
clara y nítida de Dios?
–También a esta pregunta Hume te ofrece una respues-ta. Digamos
que nos imaginamos a Dios corno un ser infinitamente «inteligente,
sabio y bueno». Tenemos, pues, una idea «compuesta» que consta
de algo infinitamente inteligente, algo infinitamente sabio y algo
infinitamente bueno. Si nunca hubiéramos conocido la inteligencia,
la sabiduría y la bondad, nunca podríamos haber tenido tal
concepto de Dios. Quizás también esté en nuestra idea de Dios el
que sea un «padre se-vero pero justo», es decir, una idea
compuesta por «padre», «severo» y “justo». Después de Hume,
muchos críticos de la re-ligión han señalado que el origen de esa
idea de Dios puede encontrarse en cómo percibíamos a nuestro
propio padre cuando éramos pequeños. La idea de un padre ha
conducido a la idea de un «padre en el Cielo», se ha dicho.
–A lo mejor es verdad. Pero yo nunca he aceptado que Dios tenga
que ser necesariamente un hombre. A veces mamá, para conservar
el equilibrio, llama Diosa a Dios.
–Como ves, Hume quiere atacar todas aquellas ideas y
pensamientos que no tienen su origen en su correspondiente
sensación. Quiere «ahuyentar toda esa palabrería que durante tanto
tiempo ha dominado el pensamiento metafísico y lo ha
desprestigiado”, dice. También a diario utilizamos conceptos
compuestos sin pensar si son válidos. Esto se refiere por ejemplo a
la idea de un «yo» o de un núcleo de personalidad. Pues esta idea
constituía la mismísima base de la filosofía de Descartes: la clara v
nítida idea sobre la que estaba edificada toda su filosofía.
–Espero que Hume no pretenda negar que yo sov yo. En ese caso
se convierte en un mero charlatan.
–Sofía, hay una sola cosa que quiero que aprendas me-diante este
curso de filosofía, y es que no debes precipitarte en sacar
conclusiones,
–Sigue.
–No, tú misma puedes emplear el método de Hume pa-ra analizar
lo que consideras tu «yo».
–Entonces debo, ante todo, preguntarme si la idea del «yo» es una
idea simple o compuesta.
–¿A qué respuesta llegas?
–Tengo que admitir que me siento bastante «compues-ta». Por
ejemplo, tengo muy mal genio. Y a veces me resulta di-fícil
decidirme por algo. Además puede gustarme o disgus-tarme una
misma persona.
–Entonces el concepto «yo» es una «idea compuesta».
–Vale. Ahora he de preguntarme si tengo una «impre-sión
compuesta» correspondiente a mi propio «yo». La tendré. Supongo
que la tengo constantemente.
–¿Hay algo que te hace dudar sobre este aspecto?
–Voy cambiando constantemente. No soy la misma hov que
cuando tenía cuatro años. Tanto mi humor como mi juicio sobre mí
misma cambian de minuto en minuto. De vez en cuando ocurre que
me siento como una «nueva persona».
–De modo que esa sensación de tener un núcleo inalte-rable de
personalidad es falsa. La idea del «yo» es en realidad una larga
cadena de impresiones simples que nunca has perci-bido
simultáneamente. No es más que «un manojo o un montón de
juicios diferentes que se suceden el uno al otro con una rápidez
increíble, y que estan constantemente en cambio y movimiento».
dice Hume: La conciencia es «una especie de teatro donde
aparecen los distintos juicios sucediendose los unos a los otros;
pasan, vuelven, se marchan y se mezclan en una infi-nidad de
posturas situaciones. Lo que quiere decir Hume es que no tenemos
ninguna «personalidad» que este detras o de-bajo de tales juicios y
estados de ánimo que van y vienen. Pasa como con las imágenes
sobre la pantalla de cine. Como cam-bian tan deprisa, no notamos
que la película está «compuesta por imágenes simples». Pero en
realidad las «imágenes» no es-tán conectadas la una con la otra. La
película es realmente una suma de momentos.
–Creo que me resigno.
–¿Significa eso que renuncias a la idea de tener un nú-cleo de
personalidad inalterable?
–Supongo que sí.
–Hace un momentito pensabas otra cosa. Debo añadir que el
análisis de Hume de la conciencia humana y su nega-ción de
admitir que los hombres tengan un núcleo de persona-lidad
inalterable, fue introducida casi 2. 500 años antes en un lugar del
planeta muy lejano.
–¿Por quién?
–Por Buda. Casi resulta escalofriante ver lo parecidas que son las
formulaciones de los dos. Buda consideró la vida humana como
una línea ininterrumpida de procesos mentales y físicos que
cambian a cada momento El bebé no es igual que el adulto, y yo no
soy igual que ayer. De nada puedo decir «esto es mío», dijo Buda v
de nada puedo decir «esto soy yo» No existe, pues, ningun nucleo
inalterable de personalidad
–Si, se parece muchísimo a Hume
–En la extension de la idea de un yo inalterable muchos
racionalistas también habían dado por sentado que el hombre tiene
un «alma» inmortal.
¿Pero también eso es una idea falsa?
–Según Hume y Buda, sí. ¿Sabes lo que dijo Buda a sus discípulos
justo antes de morir?
–No, ¿cómo quieres que lo sepa?
–«Todo lo que es perecedero es compuesto», dijo. Qui-zás Hume
hubiera podido decir lo mismo. Y también Demó-crito. A menos
sabemos que Hume rechazó cualquier intento de probar la
inmortalidad del alma o la existencia de Dios. No significa que
excluyera la posibilidad de ninguna de las dos co-sas, pero creer
que se puede probar la fe religiosa con la razón humana, es un
disparate para él. Hume no era cristiano, pero tampoco era un ateo
convencido. Era lo que llamamos un ag-nóstico.
–¿Y eso qué significa?
–Un agnóstico es alguien que no sabe si existe un Dios. Cuando
Hume recibió en su lecho de muerte la visita de un amigo, el amigo
le preguntó si no creía en una vida después de la muerte. Se dice
que Hume contestó: «También es posible que un trozo de carbón
puesto al fuego no arda».
–¿Ah sí?
–La respuesta es típica de su falta total de prejuicios. Sólo aceptó
como verdadero aquello sobre lo que tenía sen-saciones seguras. Y
mantuvo abiertas todas las demás posibili-dades. No rechazó ni la
fe en el cristianismo ni la fe en los mi-lagros. Pero esas dos cosas
tratan precisamente de fe y no de conocimiento o razón. Podríamos
decir que la última conexión entre fe v razón fue disuelta mediante
la filosofía de Hume.
–¿Has dicho que no rechazó los milagros?
–Pero eso no significa que creyera en los milagros, más bien al
contrario. Suele señalar que la gente aparentemente tiene una gran
necesidad de cosas que hoy en día llamaríamos sucesos
«sobrenaturales» y que es curioso que todos los mila-gros de los
que se habla sucedieran siempre en un lugar o tiempo muy lejanos.
En ese sentido, Hume rechaza los mila-gros simplemente porque
no los ha experimentado. Pero no rechaza que puedan ocurrir
milagros.
–Esto me lo tendrás que explicar más a fondo.
–Un milagro es, según Hume, una ruptura con las leyes de la
naturaleza. Pero no tiene sentido decir que hemos percibido las
leves de la naturaleza. Percibimos que una piedra cae al suelo
cuando la soltamos y, si no hubiera caído, nos habría extrañado.
–Yo diría que, entonces, se habría producido un mila-gro, o algo
sobrenatural.
–Entonces crees que existen dos naturalezas: “una natu-raleza” en
si y una «sobrenaturaleza». ¿No crees que estás volviendo a las
confusiones de los racionalistas?
–Tal vez, pero yo creo que la piedra caerá al suelo cada vez que se
suelte.
–¿Porqué?
–¿Por qué tienes que ser tan desagradable?
–No soy desagradable, Sofía. Para un filósofo nunca es malo
preguntar. Quizás estemos tocando ahora el aspecto más
importante de la filosofía de Hume. Contéstame, ¿cómo pue-des
estar tan segura de que la piedra caerá siempre al suelo?
–Lo he visto tantas veces que estov completamente segura.
–Hume diría que has experimentado muchas veces que una piedra
cae al suelo. Pero no has experimentado que siempre caerá. Se
suele decir que la piedra cae al suelo debido a la ley de la
gravedad. Pero nunca hemos experimentado tal ley. Solamente
hemos experimentado que las cosas caen.
–¿No es lo mismo?
–No del todo. Dijiste que crees que la piedra caerá al suelo porque
lo has visto muchas veces. Y ése es el punto clave de Hume. Estás
tan acostumbrada a que una cosa suceda a otra, que siempre
esperas que ocurra lo mismo cuando inten-tas soltar una piedra.
Así surgen las ideas sobre lo que llama-mos leyes inquebrantables
de la naturaleza.
–¿Pero cree él realmente que cabe la posibilidad de que una piedra
no caiga al suelo?
–Estaría tan convencido como tú de que caerá al suelo cada vez
que la suelte. Pero señaló que no ha percibido por qué cae.
–¿No nos hemos vuelto a alejar un poco de los niños y de las
flores?
–No, al contrario. Se puede muy bien utilizar a los niños como
testigos de la verdad de Hume. ¿Quién en tu opinión, se
sorprendería más al ver una piedra quedarse una hora o dos
flotando en el aire, un niño de un año o tú?
–Me sorprendería más yo.
–¿Por qué, Sofía?
–Probablemente porque yo entiendo mejor que el niño lo
antinatural que sería.
–¿Y por qué el niño no entendería lo antinatural que seria?
–Porque aún no ha aprendido cómo es la naturaleza.
–O porque aún no ha habido tiempo para que, para que la
naturaleza se convierta en un hábito.
–Entiendo lo que quieres decir. Hume quería que la gente
agudizara sus sentidos.
–Te pondré el siguiente ejercicio, Sofía. Si un niño pcqueño y tú
presenciáis el espectáculo de un gran prestidigita-dor que, por
ejemplo, hace volar cosas por el aire, ¿quién se di-vertiría más
durante el rato que dure el espectáculo?
–Creo que yo me divertiría más.
–¿Y por qué?
–Porque yo habría entendido lo improbable que era el que eso
sucediese.
De acuerdo. Porque el niño no encuentra ninguna sa-tisílicción en
ver la anulación de las leyes de la naturaleza antes de haberlas
aprendido a conocer.
Así se puede expresan sí.
–Y seguimos en el núcleo de la «filosofía de la percepción» de
Hume. El habría añadido que el niño no es aún esclavo de las
expectativas. El niño es el que tiene menos prejuicios de los dos.
También puede ser que el niño sea mejor filósofo. Porque el niño
no tiene opiniones preestablecidas. Y eso, Sofía. es la mayor virtud
de un filósofo. El niño percibe el mundo tal como es, sin añadir a
las cosas más de lo que simplemente percibe.
–Me fastidia mucho cada vez que me siento predis-puesta contra
algo.
–Cuando Hume discute el poder del hábito, se concen-tra en la ley
causa-efecto. Esa ley dice que todo lo que ocurre tiene que tener
una causa. Hume usa como ejemplo dos bolas de billar. Si tiras una
bola de billar negra contra una bola de billar blanca que está en
reposo, ¿qué ocurre entonces con la bola blanca?
–Si la bola negra toca la blanca, la blanca comienza a moverse.
–De acuerdo, y ¿por qué?
–Porque ha sido golpeada por la bola negra.
–En este caso se suele decir que el golpe de la bola ne-gra es la
causa de que la bola blanca se ponga en marcha. Pero hay que
recordar que sólo tenemos derecho a expresar algo con seguridad
silo hemos percibido.
–De hecho yo lo he percibido un montón de veces. Porque Jorunn
tiene una mesa de billar en el sótano.
–Hume dice que lo único que has percibido es que la bola negra
toca la blanca y que a continuación la bola blanca empieza a rodar
sobre la mesa. No has percibido la causa en si de que la bola blanca
empiece a rodar. Has percibido que un suceso sigue a otro en el
tiempo pero no has percibido que el segundo suceso ocurra a causa
del primero.
–¿No es eso un poco sutil?
–No, es importante. Hume subraya que la expectación de que lo
uno siga a lo otro no está en los mismos objetos, sino en nuestra
conciencia. Y la expectación tiene que ver con el há-bito, como ya
hemos visto. De nuevo podemos utilizar el ejem-plo del niño
pequeño. El no se habría sorprendido si una bola hubiese tocado la
otra y las dos bolas se hubiesen quedado quietas. Cuando hablamos
de «leyes de la naturaleza» o «causa y efecto», hablamos en
realidad del hábito de las personas y no de lo «racional». Las leves
de la naturaleza no son ni racionales ni irracionales, simplemente
son. Esto significa que la expecta-ción de que la bola blanca de
billar se ponga en marcha al ser alcanzada por la negra no es
innata. No nacemos con una serie de expectativas sobre cómo es el
mundo o cómo se comportan las cosas del mundo. El mundo es
como es, esto es algo que va-mos percibiendo poco a poco.
–Vuelvo a tener la sensación de que esto no puede ser tan
importante.
–Puede ser importante si la expectación creada nos hace sacar
conclusiones precipitadas. Hume no niega que haya «leyes
inquebrantables de la naturaleza», pero debido a que no somos
capaces de percibir las leyes en la naturaleza en sí, corre-mos el
riesgo de sacar conclusiones demasiado rápidamente.
–¿Puedes ponerme algún ejemplo?
–Aunque yo vea una manada entera de caballos negros no significa
que todos los caballos sean negros.
–En eso evidentemente tienes razón.
–Y aunque durante toda mi vida sólo haya visto cuervos negros, no
significa que no pueda haber un cuervo blanco. Es muy importante
tanto para el filósofo como para el científico no rechazar la
posibilidad de que exista un cuervo blanco. Casi podríamos decir
que la búsqueda del «cuervo blanco» es la ta-rea más importante de
la ciencia.
Entiendo.
–Ln cuanto a la relación entre causa y efecto puede que muchos
piensen que el relámpago es la causa del trueno por que el trueno
siempre viene después del relámpago. Este ejemplo no es muy
distinto al de las dos bolas de billar. ¿Pero es en realidad así? ¿Es
el relámpago la causa del trueno?
–No del todo porque en realidad hay truenos, relámpagos a la vez.
–Porque tanto el relámpago como el trueno se produ-cen debido a
una descarga eléctrica. Aunque siempre percibi-mos que el trueno
llega después del relámpago, no significa que el relámpago sea la
causa del trueno. En realidad, hay un tercer factor que lo
desencadena.
–Comprendo.
–Un empirista de nuestro siglo Bertrand Russell, ha dado un
ejemplo muy grotesco. Un pollito que todos los días percibe que el
encargado de las gallinas cruza el patio, acabará por sacar la
conclusión de que hay una relación causal entre el hecho de que el
encargado cruce el patio y que la comida lle-gue al plato.
–¿Y si un día no dan de comer al pollito?
–Un día el encargado cruza el patio y degolla al pollito.
–¡ Qué horrible!
–El que algo se suceda en el tiempo no significa necesa-riamente
que se trate de una relación causa-efecto. Una de las misiones
principales de los filósofos es la de advertir a la gente que no saque
conclusiones demasiado precipitadamente. De hecho, algunas de
éstas han dado origen a muchas formas de Superstición
–¿Cómo?
–Ves un gato negro que cruza el camino. Un poco mas tarde, ese
día, te caes y te rompes el brazo. Pero no significa que haya
ninguna relación causal entre esos dos sucesos. Sobre todo es
importante no sacar conclusiones precipitadas en un con-texto
científico. Aunque mucha gente se cure después de haber tomado
una determinada medicina, no significa que sea la me-dicina la que
los haya curado. Así pues, es preciso contar con un gran grupo de
personas que crean que reciben la misma medicina pero que en
realidad sólo están tomando harina y agua. Si también estas
personas se curan, tiene que haber un tercer fac-tor, por ejemplo la
fe en la medicina que las ha curado.
–Creo que empiezo a entender lo que se quiere decir con
empirismo.
–También en lo que se refiere a la ética y la moral, Hu-me se
rebeló contra el pensamiento racionalista. Los raciona-listas habían
opinado que es inherente a la razón del hombre el saber distinguir
entre el bien y el mal. Esta idea del llamado derecho natural está
presente en muchos filósofos desde Sócrates hasta Locke. Pero
según Hume, no es la razón la que de-cide lo que decimos y lo que
hacemos.
–¿Entonces qué es?
–Son nuestros sentimientos. Si te decides a ayudar a alguien
necesitado de ayuda, son tus sentimientos, no tu razón, lo que te
pone en marcha.
–¿Y si no me da la gana ayudar?
–También en ese caso son tus sentimientos los que deci-den. No es
ni sensato ni insensato no ayudar a alguien que ne-cesite ayuda,
pero puede ser vil.
–Pero en algún sitio habrá un límite. Todo el mundo sabe que no
está bien matar a otra persona.
–Según Hume todo el mundo tiene cierto sentimiento hacia el bien
de los demás. Tenemos la capacidad de mostrar compasión. Pero
todo esto no tiene nada que ver con la razón
No sé si estoy de acuerdo en eso.
No resulta siempre irrazonable quitar de en medio a una
determinada persona, Sofía. Si uno desea conseguir algo, puede
resultar incluso bastante útil.
Por favor! ¡Protesto!
Entonces intenta explicar por qué no se debe matar a una persona
molesta.
–También el otro ama la vida. Por eso no puedes matarle.
–¿Es ésa una prueba lógica?
–No lo sé.
–Partiendo de una frase descriptita, «también el otro ama la vida»
has llegado a lo que llamamos una frase normativa, «por eso no
debes matarlo». En un sentido racional esto es un disparate.
Podrías igualmente decir «hay mucha gente que co-mete fraude
fiscal, por eso yo también debo cometer fraude fis-cal». Hume
señaló que nunca se debe partir de frases de «es» para llegar a
frases de «debe». Y sin embargo esto es muy co-rriente, sobre todo
en artículos periodísticos, programas de partidos políticos y
discursos parlamentarios. ¿Quieres que te ponga algún ejemplo?
–Me encantaría.
–«Cada vez hay más gente que desea viajar en avión. Por eso
deben construirse más aeropuertos.» ¿Te parece sostenible esta
conclusión?
–No, es una tontería. También debemos pensar en el medio
ambiente. Yo pienso que deberíamos construir más tra-mos de
ferrocarril.
–O se dice: «La explotación de nuevos campos petrolífe-ros
aumentará el nivel de vida del país en un 10%. Por eso debe-mos
desarrollar cuanto antes nuevos campos petrolíferos».
–Tonterías. También en este tema tenemos que pensar en el medio
ambiente. Además el nivel de vida noruego es lo suficientemente
alto.
–A veces se dice que «esta ley ha sido aprobada por el Parlamento,
por eso todos los ciudadanos deben cumplirla». Pero muchas veces
seguir tales «leyes aprobadas» va en contra de las convicciones
más íntimas de una persona.
–Entiendo.
–Hemos señalado que no podemos probar con la razón cómo
debemos actuar. Actuar responsablemente no equivale a agudizar
la razón, sino a agudizar los sentimientos que uno tie-ne hacia los
demás. «No va en contra de la razón el preferir la destrucción del
mundo entero a tener un rasguño en un de-do», dijo Hume.
–Qué postulado más odioso.
–Quizás resulte aún más siniestro confundir los conceptos. Sabes
que los nazis mataron a millones de judíos. Dirías que algo anduvo
mal en la razón de esa gente o en sus emociones.
–Ante todo en sus sentimientos.
–Muchos de ellos también tenían la cabeza muy despe-jada, lo que
demuestra que, en muchos casos, puede haber un cálculo
tremendamente frío detrás de las decisiones crueles e insensibles.
Después de la guerra, muchos nazis fueron conde-nados, pero no
porque hubieran sido «irracionales», sino por-que habían sido
«crueles». De hecho, sucede que se absuelve a gente que no ha
tenido la mente despejada en el momento de cometer un crimen.
Entonces se dice que han actuado en un «momento de enajenación
mental». Nunca se absuelve a alguien por haber carecido de
sentimientos.
¡Faltaría más!
–Tampoco hace falta ir a los ejemplos más grotescos. Si una
catástrofe natural como una inundación, por ejemplo, provoca que
mucha gente necesite ayuda, son los sentimientos los que deciden
si vamos a acudir o no. Si hubiéramos sido in-sensibles, dejando la
decisión a la «fría razón», quizás habría-mos pensado que
convendría que se murieran unos cuantos millones de personas en
un mundo que está amenazado de so-brepoblación.
–Es terrible que alguien pueda pensar así.
–No es tu razón la que se culada.
–Basta.